miércoles, 8 de diciembre de 2010

Seria simple que el cocinero mostrara su magia y su receta, seria cómodo y según imagina el zapallo placentero. Pero es cuando el zapallo se pregunta, (como de costumbre, el zapallo entra en cuestionamiento de su naturaleza) que aceleraría la sabia que aun después de cortado corre por sus vasos, o que sería lo que hace que se tense y cambie levente el color de su pulpa si ya lo supiera todo. Aun así no se siente conforme.
El zapallo replica que deberían decirle. Pues, se trata de lo que harán con él, de lo que harán con sus vestiduras y de los sabores que algún alguien disfrutara gracias a que ha prestado de su carne vegetal a algún mago del gusto, a algún improvisador que desea estimular sentidos. Se queja, y piensa que si esto, lo que siente en estas situaciones, se deberá a que es azul, a que no es naranja como los demás, como el resto de los que a veces antes de salir de su cuna suelen rodearlo por los lados.
El burbujeo de las ollas, lo tranquiliza, hace que sienta que están por hervirlo, pero ante tantas preguntas duda una vez mas y piensa que vendrá después de eso, y si esos espacios estarán dedicados a él.
Solo quiere que lo prueben y se vuelvan adictos a su sabor, a su textura, a la liviandad que se produce al ponerlo en la boca, a la textura que siente la lengua cuando raspa su cuero, cuando siente su temperatura, solo quiere que esa adicción le haga olvidar la forma en que será preparado, al fin y al cabo si se reconoce adicto ya no le importa de qué forma lo ha logrado, si se reconoce adicto sentirá que su paso por la cocina no ha sido en vano, y que ha aprendido a satisfacer los mil paladares.

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